Ayer moría en París el intelectual búlgaro Tzvetan Todorov. Las líneas
que reproducimos pertenecen al prólogo de su libro "La literatura en
peligro".
“Si hoy me pregunto por qué amo la literatura, la respuesta que de forma espontánea me viene a la cabeza es: porque me ayuda a vivir. Ya no le pido, como en la adolescencia, que me evite las heridas que podría sufrir en mis contactos con personas reales. Más que excluir las experiencias vividas, me permite descubrir mundos que se sitúan en continuidad a ellas y entenderlas mejor. Creo que no soy el único que la ve así. La literatura, más densa y elocuente que la vida cotidiana, pero no radicalmente diferente, amplía nuestro universo, nos invita a imaginar otras maneras de concebirlo y organizarlo. Todos nos conformamos a partir de lo que nos ofrecen las otras personas: al principio nuestros padres, y luego los que nos rodean. La literatura abre hasta el infinito esta posibilidad de interacción con los otros, y por lo tanto nos enriquece infinitamente. Nos ofrece sensaciones insustituibles que hacen que el mundo real tenga más sentido y sea más hermoso. No sólo no es un simple divertimento, una distracción reservada a las personas cultas, sino que permite que todos respondamos mejor a nuestra vocación de seres humanos."
Tzvetan Todorov, fallecido ayer en París, fue un
intelectual polifacético: lingüista, filósofo, historiador, teórico de
la literatura. Nacido en Bulgaria en 1939, vivió parte de su vida, hasta
los 24 años en que se instaló en Francia, bajo una dictadura comunista.
Era, pues, uno de esos intelectuales de la Europa del Este con los que
sus colegas de Occidente no fueron suficientemente solidarios durante
demasiado tiempo, como recordaba acusatoriamente Tony Judt; bien que en
el caso de Todorov, su temprana salida de su país le librara de las
persecuciones sufridas por intelectuales como Havel y tantos otros, y
bien que a él le ayudara para abrirse camino en Francia alguien como
Roland Barthes.
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