jueves, 27 de marzo de 2014

HISTORIA DE LAS GENTES DE CIEZA '2014

En el Instituto de Educación Secundaria Los Albares estamos desarrollando desde principios de 2013 este proyecto, en el que las alumnas y alumnos del centro recogemos testimonios orales de familiares, vecinos, amigos e incluso los nuestros, y con ellos pretendemos construir un relato que tienda lazos entre las diferentes generaciones que viven y han vivido en Cieza, haciendo su historia, recuperando la memoria de los ciudadanos de este pueblo.
El jueves 8 y el viernes 9 de mayo de 2014 estaremos en la Esquina del Convento, recogiendo en video, audio o por escrito el relato de todas aquellas personas dispuestas a compartir sus recuerdos con nosotros y con el pueblo de Cieza.
Por otra parte, quien así lo desee, puede enviar su narración, en cualquier formato y tiempo, al correo electrónico biblioalbares@gmail.com o depositarlo directamente en la Biblioteca del IES Los Albares.

Añadimos, a modo de ejemplo, dos de los relatos de alumnas del centro:
UNA MANZANA, por Ana Pérez Morcillo
     En la época de la posguerra, en Cieza, escaseaba el sustento y abundaba la pobreza.
     En aquellos días (tal y como decía mi abuelo) la gente se comía hasta la cáscara de las pipas, y él, por desgracia, no era la excepción.          En esos tiempos de miseria, mi abuelo, que tendría unos diez años aproximadamente, tenía que salir de su casa a buscar algo con lo que calmar su hambre. Una mañana salió a la calle y vio a un hombre pasar frente a él, comiéndose una manzana. Mi abuelo, con la mirada puesta en esa manzana y el estómago vacío, decidió seguirlo sin que se diera cuenta. Lo fue siguiendo calle tras calle, esperando a que tirara el resto de la manzana, para poder comerse él lo que quedara.   
     Por fin, parecía que había terminado, pero, para sorpresa de mi abuelo, aquel hombre ya no llevaba nada en las manos. No había dejado ni el rabillo, nada.
     Así que aquel niño de diez años, acongojado y triste, volvió a ayunar aquella mañana.

LA TIENDA DE JUANICO, por Silvia Rubio
     Cuando mi madre era pequeña, en Cieza no había supermercados ni grandes tiendas, sino pequeños comercios donde se vendía un poco de todo. Generalmente la gente hacía sus compras en el mercado de abastos, en la plaza de España, donde se encontraban todas las carnicerías y pescaderías, y luego en cada barrio se encontraban algunas pequeñas tiendas donde se vendía un poco de todo.
     Una de esas era la de “Juanico de la Canosa”. Era una pequeña tienda de ultramarinos ubicada en la planta baja de una casa en la calle General Espartero, en la que se hacinaban las cajas de frutas por un lado, las verduras y hortalizas por otro, y los productos de droguería detrás de un pasillo que daba acceso a la vivienda principal, desde donde, tras unas cortinas, podías ver al abuelo sentado en su mecedora al abrigo de un brasero en su mesa de camilla. A la derecha, un mostrador de madera oscura, sobre éste un peso y una balanza romana de hierro oxidado. Detrás del mostrador, Juanico, el tendero, y detrás de éste, ordenado en estanterías hasta el techo, las latas sobre los cajones de legumbres.    
     Se pedía la vez, Juanico te lo despachaba todo, y te cobraba él mismo haciendo las cuentas a lápiz sobre el papel en el que te iba a envolver el pedido. Cuando había mucha gente, el abuelo, al grito de“¡Papaaa, saca jabón!”, echaba una mano torpe y lenta. No existía el estrés, no había prisas. Ir a la tienda a por una lata de atún, te podía lleva una tarde entera.    
     Por las mañanas despachaba los bocadillos para el colegio. Entonces había que madrugar para no llegar tarde, porque Juanico, con su parsimonia, tardaba lo suyo en poner el filete de la lata grande y envolver el bocadillo en un áspero papel de estraza. 
   Como Juanico vivía encima de su tienda, a cualquier hora estaba disponible.
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